martes, 18 de diciembre de 2007

Historias del Otro Lado del Mundo (Cataluña - España)

“¿Y si busco la paz en el mar? El agua y las olas me tratarán mejor.”
Con ese pensamiento arrancás el día. Das vueltas en tu cama y pones el pie en la tierra.
Los elementos ya los tenés. Gorro, sombrilla, bronceador, traje de baño y chicle globo.
Lo más importante es el chicle, la goma de mascar con olor a fruta.
Tomás aire, inflás el pecho y caminás.
Un paso, una mordida al chicle. Otro paso, otra mordida, así se deshace en tu boca y la arena debajo de tus pies.
Te encontrás un aguaviva en tu camino. Sin saber por qué te llama la atención y quedás inmóvil ante ella. Lo único que se te ocurre hacer es patearla.
La esfera transparente se dirige hacia otra igual a ella.
Al chocarse, una reacción en cadena es provocada y cuando te das cuenta miles de aguasvivas ocupan el suelo y se chocan entre sí.
La violencia de las pelotitas te genera miedo y pensás que no vas a llegar nunca. Son 200 metros cubiertos por liquidas esferas con la pasión de un temblor en el suelo.
El mar te espera cálido y calmo, y vos, imposibilitado de llegar.
¿Saltás? No. Imposible esquivar esa cantidad sin que una no te roce la pierna.
¿Te hundís en la arena y llegás a destino como por un túnel? Tampoco. ¿De donde sacarías una pala para cavar?
Es la hora. No tenías pensado que sea tan pronto pero no queda otra.
Mordés el chicle con velocidad. Mandibuleas hasta el dolor. Te esforzas. Respirás hondo y soplás. Un globo sale de tu boca, en 12 segundos lográs que siga intacto y gigante. Más grande que tu cabeza. 5 segundos más y 5 centimetros más de globo.
Ahora si. Estás listo. Un envión y las aguasvivas te miran desde abajo. Flotás y te dirigís sin interrupciones al mar.
Al fin el mar.
Una vez en el aire te das cuenta que no fuiste ingenioso. Eso ya estaba inventado.
Un hombre está igual que vos, colgado de su propia goma de mascar.
Él te observa. Abre la boca para soltarse de su globo y mientras cae, él, el mismísimo hijo de Porcel te grita: “Bienvenido a Cataluña, forastero”

martes, 4 de diciembre de 2007

Historias del Otro Lado del Mundo (Angola)

El avión en el que viajás no llega a destino con ese combustible. Hace una parada de emergencia. Desembarcás en Angola. Empezás a dar vueltas en el aeropuerto. Los 40º de sensación térmica te agobian. Necesitás aire, tomar algo fresco. “¿Qué hago acá?”, te preguntás....seguís caminando. Los pies se te cansaron. Las suelas de las zapatillas se están derritiendo. Te sentás en un bar. Pedís, como podes, algo para tomar. Querías una gaseosa fría pero no entendieron las señas que hiciste, así que te traen un té. Sí. Un té. Caliente. Hirviendo. Te quedás mirando al mozo sin saber que hacer: ¿Le pedís que te lo cambie?, ¿Te largas a llorar? Mejor pedir azúcar.
Terminás de tomar el té. Transpirás. Mucho. Las gotas no te dejan ver bien el paisaje árido del aeropuerto. Te levantás para ir al baño y tirarte un poco de agua. Eso no puede fallar. Las piernas se te aflojan. Llegás al baño de hombres, pero no llegás a la pileta para mojarte. Todo se te nubla. Un amarillo pálido te ocupa la visión. Estás ciego por un minuto. Cuando podés ver nuevamente te das cuenta que estás en el suelo del baño, al lado del inodoro. Te cuesta levantar la cabeza del suelo. Antes de hacerlo te das cuenta de una sensación extraña. Tenés frío un sector del brazo. Lográs moverte para ver lo que sucede. Una niña desnuda de unos 8 años angoleños te esta lamiendo el brazo. Como un perro calma la sed en un balde de agua, ella lo hace en tu brazo. Lo recorre todo con su lengua curtida, seca, rasposa. Ya no sentís el frío. Te asustás y le sacás el brazo. La niña te intenta explicar que tiene sed. Te vas del baño. La nena te sigue atrás. Ya no está desnuda. Tiene un vestido rojo, que hace juego con sus labios. Caminás y no encontrás el avión. No encontrás el bar donde tomaste el té con azúcar. No hay gente. Solo ves tierra, montañas y desierto. Te das vuelta y la nena del vestido amarillo pálido te mira. No te habla. Solo atina a lamerte la mano. Seguís caminando y los pies te queman. No tenés más las zapatillas. Dos niños de 8 años uniformados te encaran y en un español perfecto te dicen “documentos por favor”. Los buscás pero no sabes donde. Estás desnudo. Y la nena lamiendote los pies. Los niños uniformados miran seriamente. No les caes bien. Querés correr pero la saliva de la nena te calma el ardor de la tierra. Preferís quedarte y no quemarte. Los uniformados te van a castigar por tener esclavos. “Yo no tengo ningún esclavo” les decís. Ellos no te entienden, son angoleños. Sólo ven a la niña lamiendote los pies. Ahora ellos son los que se agachan. De sus bocas escupen dos clavos. De sus cinturones sacan dos martillos. Y te comienzan a clavar al suelo. No sentís las perforaciones. Tampoco los querés ver. Cerrás los ojos y solo escuchás…pim, pam, pum….silencio….pim, pam, pum….silencio. Pensás que ya terminan. Pero no. Todavía falta. Por atrás tuyo pasa el hijo de Porcel y te regala un walkman. Desnudo, con los pies sangrando y una sonrisa te dice: “Bienvenido a Angola forastero”.