viernes, 11 de enero de 2008

El hombre de la estrella

El calendario maya dice que soy Estrella Cósmica, que "trasciendo el arte y perduro con el fin de embellecer". Dos características que cualquiera que las posea se sentiría reconfortado y orgulloso, seguro de sí mismo. Más aún si la persona en cuestión intenta/espera/pretende dedicarse al arte.

Pero qué pasa si uno siente que no encuentra el arte, no lo puede traspasar, no puede entrar a ese mundo, no puede romperlo, ni moldearlo, ni cambiarlo, ni nada.
No poder entrar al mundo que uno anhela. Esa es la cuestión. Ser o no ser. Ese es el miedo, NO ser.
Uno, como persona, como estrella cósmica o como lo que sea, busca el mundo donde más cómodo supone que va a estar. Viaja mundos, prueba mundos, consume mundos, histeriquea mundos, ama mundos, odia mundos, crea mundos y los rompe. Los trasciende. Llegará el día en que nuestra estrella se pose en un cielo donde todo sea claridad y brillo. NUESTRO cielo.
Para llegar a él y luego trascender el arte hay que desquitarse de los viejos mundos, donde abundan los miedos ("The same old fears" dijo Floyd), las estructuras y la modorra. Hay que sacudir la cabeza y que caigan como la caspa.
Ahí vamos entonces. Dejando atrás la caspa y la estela de nuestra estrella.
Hasta la vuelta, siempre.

miércoles, 2 de enero de 2008

Historias del Otro Lado del Mundo (Japón)


El canto de un pájaro te despierta. Te refregás los ojos con las manos y bostezas. Otro pájaro se suma al canto. Estas un poco dormido todavía. Se siguen sumando pájaros. La bandada coral te empieza a molestar y salís de la habitación, los buscas con la mirada. Pretendés espantarlos de un susto y no ves nada. Te acercás al mar y el susto te lo llevas vos. No hay pájaros, hay peces que te cantan desde abajo del agua. Son muchos y te molesta el silbido, les tiras una piedra y se escapan. Te agachas y mojas un poco tu cara. El agua arde. Te percatás de que tenés un pez colgado de la nariz cacheteandote con la cola. Lo sacas con la mano y lo tiras al agua. Los peces se vuelven a juntar y empiezan a acercarse a la orilla, agarras una piedra, una más grande que la de antes y la tiras. Le pegás a uno pero no se va, se sigue acercando. Los peces empiezan a salir del agua y mientras tocan la tierra le salen piernas y brazos. Corrés hacia la casa y te vestís desesperado. Golpes en la puerta. No sabes en donde meterte y te escapas por la ventana. Corres. Lejos de los peces enanos con brazos y piernas. Los peces te persiguen. Cada vez estas más asustado, así que corres. Otra vez en un país que no conoces. Te metes la mano en el bolsillo y manoteas una granada. Se la lanzas a los peces y cerrás los ojos para no ver la explosión.
El romper de las olas te despierta cerca de la orilla del mar. Miras para todos lados y no reconoces nada. Sacudís la tierra que tenes en el pelo y se cae algo brilloso, miras y es una aleta. Te reís, te morís de risa. En un instante todo se oscurece. Miras el cielo y esta despejado, empezás a sentir un olor fuerte, rancio. Te das vuelta. Hay una ballena de cincuenta metros, con brazos y piernas, parada al lado tuyo. Sobre la ballena ves un punto rojo. Entrecerras los ojos para hacer foco mientras la ballena levanta su pata en dirección a vos y lo ves ahí, sentado sobre el lomo, el hijo de Porcel que te grita “Bienvenido a Japón, forastero.”